*Por Horacio Minotti. Abogado constitucionalista
La Argentina posee un sistema excesivamente presidencialista que agudiza las crisis políticas y es refractario a que la sociedad tome el control de los asuntos públicos. Un sistema parlamentario paliaría esos defectos que impiden un real desarrollo institucional. Al margen de lo que crean los "ultraK", como se autodenominan, lejos esta este sistema de garantizar la eternidad de nadie, sino muy por el contrario, genera mas dinamismo en la rotación política.
Acentuado presidencialismo. Federalismo simbólico. Crisis institucionales severas. Falta de flexibilidad del sistema para adaptarse a los cambios en la voluntad popular. Estallidos de medio término. Representación atenuada. Total dependencia económica de las provincias respecto al poder central. Es una lista de diagnósticos, de algunos de los problemas institucionales que tiene la Argentina, como producto de su sistema político constitucional.
No existen en el mundo sistemas institucionales exitosos, que combinen un fuerte poder del gobierno central basado en un presidencialismo extremo, con un esquema de federalismo limitado que no permita una autonomía real a los estados provinciales, desde el punto de vista político y básicamente económico.
Los países europeos, basan su dinámica institucional en un sistema parlamentario. Obtienen así una flexibilidad fenomenal a la hora de encarar crisis institucionales, guerras, e incluso como manera de superar heridas de dictaduras (caso España). La necesidad de alcanzar acuerdos parlamentarios para poder gobernar, genera el ejercicio de la búsqueda de consensos, y pone a los gobernantes frente al dilema de la pérdida del poder en poco tiempo, con lo cual, esa necesidad de consensos, permite la alta fortaleza y representatividad, no solo de los funcionarios sino además de cada una de las decisiones. En cierto, en esos países, el federalismo es algo extraño. Sus breves extensiones territoriales parecen no requerir una gran flexibilidad en ese sentido, que se ve compensada por su flexibilidad territorial.
La gran potencia de este continente, de vasta expansión territorial, los Estados Unidos, tiene un modelo presidencialista. Sin embargo su sistema federal es notoriamente más abierto que el nuestro, con una fuerte independencia de los estados locales respecto al central y la posibilidad de encaminar un desarrollo económico propio, que permite que las crisis no sean totales, tal o cual estado la supera mejor que otros y sirve de refugio y guía para estos.
Sistemas institucionales como el argentino, sólo pueden verse en América Latina, Africa y algunos países de detrás de la cortina de hierro, que apenas han asomado hace unos años a intentar plasmar un esquema realmente democrático. Para alcanzar la flexibilidad institucional le faltan años. Ninguna de estas regiones del mundo, pueden mostrar un nivel institucional que les haya permitido alcanzar el éxito como nación. La rigidez lleva a interminables y profundas crisis que no pueden ser salvadas sin grandes derramamientos de sangre o la postergación de enormes sectores de la sociedad. Además, esto genera ilegitimidad en la representación política con la consecuente falta de confianza de los ciudadanos en sus dirigentes.
El gran debate es entre presidencialismo y parlamentarismo, y la absurda idea de “idiosincrasia” que suele usarse como óbice válido para plantear que un sistema parlamentario no sería posible en la Argentina. Cuestiones tales como la necesidad de paternalismo, inmadurez institucional, falta de evolución como sociedad, y variados etcéteras, se han usado reiteradamente con el fin de dar justificación al presidencialismo imperante.
No existe nada más disparatado que esto. De diversos modos, la sociedad ha ido con el transcurso del tiempo requiriendo cambios en el manejo de los asuntos públicos esencialmente en lo referente a la participación general en ellos. La proactividad mostrada en 2001, y la composición actual del Congreso Nacional, especialmente de la Cámara de Diputados, con un diseño atomizado de fuerzas políticas que exige consensos permanentes para poder dictar las normas, muestra la tendencia social a un ejercicio de poder consensuado, compartido y participativo.
Ignorar estos síntomas en nombre de la supuesta “idiosincrasia” es el juego de los dirigentes oligocráticos que intentar mantener el status quo para no ver afectadas sus porciones de poder, que serían absolutamente minimizadas, si la sociedad tuviera una participación real.
La única “idiosincrasia” posible es la de la participación activa de los ciudadanos en los asuntos públicos, lo más aceitada, profunda y constante que sea posible. Para ello, deberán buscarse los mecanismos para que una elección de medio término no redunde en una crisis de legitimidad que ponga en jaque a un gobierno. La vocación social es la de la búsqueda de mejores instrumentos para que existan buenos gobiernos, posibilidades reales de acuerdos, ruptura de sistemas de cooptación de poder por dirigentes aferrados al viejo sistema, renovación de la clase política, y especialmente una democracia realmente flexible y adaptable.
Veamos con detalle que problemática nos arroja un sistema fuertemente presidencialista en contraposición a una democracia parlamentaria:
a)La Argentina es un país con recurrentes crisis institucionales, sean estas de origen económico, político o combinado. Ejemplo de esto último fue la crisis de 2001. Previo a la explosión, hubo una elección de medio término en la cual el gobierno fue abrumadoramente derrotado. Si el 10 de diciembre de 2001, el nuevo Congreso electo por la gente hubiese formado, como lo indican las reglas del parlamentarismo, un nuevo gobierno, determinado por las mayorías que eligió el ciudadano, seguramente se hubiesen evitado las crisis del 19 y 20.
Si en los últimos meses del gobierno Isabel Martínez de Perón, el sistema hubiese previsto la posibilidad de una moción de censura y la disolución del Parlamento para elegir nuevamente y formar nuevo gobierno, seguramente se hubiese evitado el golpe de estado. Huelgan más ejemplos para demostrar la diferencia.
b)Cuando los gobiernos no cumplen las expectativas sociales o las plataformas o ideas por las que fueron elegidos, rápidamente pierden legitimidad. En nuestro presidencialismo, debe mantenerse la institucionalidad, con una fuerza en el poder que dure, por ejemplo, tres años, sin ninguna impronta ni capacidad de maniobra. Se desperdicia todo ese tiempo tratando de sobrevivir, en lugar de buscarse un cambio que motive el crecimiento y el desarrollo. Aún cuando las cosas no fuesen tan graves como para hacer uso de la “moción de censura”, cada dos años la gente elegiría nuevo Parlamento y se estaría en condiciones formar nuevo gobierno. Con esto además, se favorece la sensación de participación de la sociedad. El voto “importante” es cada dos años, y no cada cuatro como ocurre actualmente.
c)El partido de gobierno se hace con el monopolio del poder cuando gana una elección, Generalmente la elección de un presidente produce una réplica en la elección de los congresales, por lo que al menos dos años, un presidente controla además el Poder Legislativo sin demasiados sobresaltos. En un sistema parlamentario el poder siempre está distribuido, entre los propios legisladores se elige el Primer Ministro, con lo cual, hay un verdadero interés del parlamento en que las cosas salgan bien, aún siendo del partido de gobierno. Los partidos son importantes, pero más lo es el interés nacional.
d)La administración de los fondos para los Estados provinciales, habitualmente se encuentra controlada por todo el gabinete, y es extraño que un gabinete sea únicamente de miembros de un solo partido, dado que por lo regular, deben tejerse alianzas para poder “formar gobierno” en el propio parlamento y con otras fuerzas políticas, que lógicamente luego cogobiernan.
Estas son, a primera vista algunas de las ventajas que ofrece un sistema parlamentario. Algunos dirán que entre las desventajas, se encuentra el hecho de que no hay un gobierno fuerte, que pueda plantar además programas de mediano plazo, porque está en la cuerda floja, con la posibilidad de perder el control en solo dos años.
Patrañas. No existen nunca planes de mediano o largo plazo si no son adecuadamente consensuados con fuerzas políticas representativas. Y no existen gobiernos más fuertes que los nacidos de un verdadero consenso y una real combinación de fuerzas. El riesgo de perder el control en dos años subyace de todas formas. Veamos sino la administración De la Rúa. O tomemos el gobierno de Cristina Fernández, con una elección de medio término desfavorable, y por ejemplo la no renovación por parte de un Congreso opositor, de las facultades delegadas. En caso de que fuese cierto el argumento oficialista, de que no se puede gobernar si no es mediante esa delegación (argumento falaz), el gobierno estaría perdiendo un herramienta esencial con lo cual su fortaleza estaría diezmada y su control de la situación desmadrado.
Por ende, todas las desventajas que pretende achacársele al sistema parlamentario, son desventajas propias de los vaivenes de la voluntad social en democracia, y para nada atribuibles a un sistema u otro. Al contrario, uno de ellos, el parlamentario, provee la posibilidad, por su flexibilidad, de subsanar los problemas.
Otro de los elementos que suele contarse como un déficit del sistema propuesto, es que buena parte de las decisiones pasan por el Parlamento y por ende cada decisión requeriría tiempos dilatados que no siempre son posibles. Otra falacia. En el actual sistema argentino, si se ejerce como corresponde, la situación es similar. Los decretos de necesidad y urgencia del Poder Ejecutivo requieren aval del Congreso; buena cantidad de normas sólo pueden ser sancionadas por éste y el Ejecutivo se remite a enviar proyectos de ley; existen comisiones fiscalizadoras por doquier que pueden bloquear incluso las actividades de inteligencia; el Jefe de Gabinete, responsable de la administración general país, puede ser destituido por el Congreso; la Auditoría General de la Nación que controla los actos ex post facto del Ejecutivo, es un órgano de asesoramiento técnico del Congreso; etc.
Es decir que, si el sistema, tal como está articulado por el constituyente, funcionase adecuadamente, el Congreso tendría tanta intervención en las decisiones políticas que la posibilidad de grandes moras en la toma de decisiones, está igualmente latente. De forma tal que, nuestro sistema tiene las mismas debilidades que uno parlamentario, pero ninguna de sus ventajas.
Este es, en síntesis, el panorama del funcionamiento de un sistema parlamentario. Quien crea que con el se "eterniza" a alguien no ha entendido absolutamente nada. No hay antecedentes en los países que usan ese sistema, de ningún tipo de eternidad, sino muy por el contrario.
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